Por: Augusto Huayta Medina (*)
Entre el viento y la lluvia, la melancolía y el desván de una nube que cubre la ciudad y a la vez empuja a un nombre a convertirse en silencio, en el huésped de la calle, meada por los estragos del atardecer de una noche que jura traer panes para la madrugada.
Para este hombre que ve sus días en el mercado con el tumulto y el negocio. Esta es la residencia de niños y niñas, de jóvenes y adultos de esta ciudad, de este pueblo, de este diario de los suburbios: “entre los periódicos chichas deberás buscarme…”
En los suburbios encontramos a unos hombres de esta ciudad que ven el inicio de sus días entre miserias y orfandad, que le da pelea a la vida con tantas manos y piernas que los años pudieron formar. Desde sus inicios vemos a un niño que recuerda los juegos de su infancia entre el trabajo y las ventas: “Aquí los niños juegan con palas y picos; juegan a triciclos que venden pan. Aquí la mayoría de edad se alcanza a los cinco”, también vemos que estos niños reclaman un hogar, una madre si sería de mucho pedir también un cariño. “Tengo un retazo orlado de uniforme,/un puente padre y un padre ausente;/tengo una carpeta en el espejo;/un cuaderno de 100 vacíos A4;/unas manos dibujando el espanto/y unos ojos que de mucho llorar leen”.
Esta es la ciudad de los suburbios, que podría ser cualquier recuerdo de un pueblo carcomido por la actividad de la vida, una ciudad de los collados de gente que trabaja, que la vida la encuentra en las calles y hay que aprender a vivirlo, con el tráfico del olvido que devasta el propio recuerdo y los mitos religiosos hasta convertirlo en pan y vino que nunca se comerá.
Y denuncia al destino y encara lo presente, a un gringo occidental que estima los rezos y los santos domingos. Aquí, se ruega una noche más en los burdeles, un sorbo más de vida, a la ilusión, al conjunto de masas que existe en el espacio de las cantinas con unas ropas que muestra hasta el alma y con unas zapatillas de siete suelas para reventarle la sonrisa a la muerte. En esta ciudad, se enjuicia por todo los medios esa crisis religiosa y fervorosa que hace existir a todo los santos que habitan en las iglesias: “En verdad, dios fue un pendejo te dejó la hostia y se llevo el vino, prohibió la manzana y te ofreció el hambre; destruyó tu mundo y emigró hacia las alturas”.
El diario de los suburbios de Elmer Arana Mesías, ediciones pasacalle octubre 2010, que se presentó en Ayacucho, ciudad natal del autor, muestra en los poemas la vida de gente humilde y común, a la vez no le canta a la iglesia, ni a los apus, ni a la violencia de los 80 de que creo estar seguro lo vivió en carne propia, sino al desenlace, a la discordia y a la orfandad del pueblo con el hombre, con la nación y con Dios.
Esta ciudad de cerros, de neblina y suelos de arena que de tanto uso muestran sus venas rojizas, rojizas como sus frutas tunales y sus habitantes que como de costumbre o como por un hecho natural, que acontece la muerte se despiden con los cantos en las esquinas, en las mesas y en los mercados, a la vida, a esa vida que estoy seguros atrapará un suspiro y un hipo de lectura.
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(*) Novel poeta integrante del grupo literario "Letra en llamas" de Lima.