Entrevista con Vladimir Pizarro
Una mirada crítica y nostálgica del tradicional paseo de comparsas
El Carnaval ayacuchano cobija en sus entrañas diversas
manifestaciones que han ido modificándose o ratificándose en su realización. Tenemos
el tradicional paseo de las comparsas por toda la ciudad y los concursos del
carnaval rural reservado para algunos escenarios citadinos. La lectura del
testamento del Ño es un espacio para la sátira mordaz que, en quechua y
castellano, se lanza contra los autoridades, funcionarios y figuras públicas.
Se trata de una rendición de cuentas en clave de humor picante. Los cortamontes,
o yunzas, aún se resisten a sucumbir, y se han visto obligadas a instalarse en
la periferia debido a las restricciones ecológicas y a las ordenanzas
municipales. En el campo es, quizá, donde la tradición aún es vigorosa. Las
coloridas comparsas rurales siguen manteniendo ese contacto directo con las
personas sin palcos o calles principales que les restrinjan el paso. Las
demostraciones de virilidad y de fuerza física laten enérgicamente en el pulseo
donde varones y mujeres pugnan por
derribar al oponente asido del chumpi
(o cinturón de lana). En el huaracakunakuy y seqollonakuy los hombres lanzan furibundos golpes de
látigo –a veces cargados con frutos verdes–
contra la pantorrilla de rival: se trata de quebrar su resistencia, de
enrostrar al contrario nuestro aguante al dolor.
Todo esto y mucho más encierra el carnaval en
Ayacucho. Pero hablar del él sería largo y no bastarían estas páginas. Lo que
nos importa en este momento es dialogar sobre el primer punto. La incursión de
comparsas relativamente jóvenes que recurren a una especie de transvestismo
para provocar las sonrisas del público, o el cambio de los mandiles sobrios por
unos más insinuantes que muestren más allá de lo conservador ha generado que se
repiensen los linderos que dividen la tradición de la modernidad. Vladimir
Pizarro es un joven cultor de la música popular tradicional. Ser director de la
Asociación Cultural Achka y del Proyecto
Musical Parumaru le da la autoridad para hablar sobre este tema un tanto
espinoso.
1.
Tú
eres una de las voces que se opone al carnaval tal como se expresa actualmente
en nuestra ciudad, ¿cuál es tu objeción con ella?
Más que objeción, yo le llamaría
nostalgia. Digo nostalgia porque las personas de mi generación todavía pudieron
vivenciar los carnavales en su verdadera expresión (popular y libre de
prejuicios). Actualmente se ha dejado de lado la expresión cultural para darle
empoderamiento a una cuestión más comercial y de “exportación”, descuidando de
esa manera el verdadero fin de lo que exige la preservación de la cultura
tradicional.
El poco respeto por el público tiene
el sello de modernidad en estas celebraciones. Te invito a comparar una canción
de carnaval de 20 años atrás con una moderna y te aseguro que hallarás mucha
diferencia. El carnaval ayacuchano es poético e irónico, es protestante y
jocoso; ¿desde cuándo es grosero y ofensivo, descuidado y libertino?
2.
Acabas
de decir que en el carnaval tradicional las comparsas se expresaban “libre de
prejuicios”, ¿no es un prejuicio oponerse a las variaciones actuales? ¿Por qué
no considerar que estos cambios son naturales y parte de la evolución o
actualización de la tradición?
Quizá me llamen anticuado por mi
forma de pensar, pero ¿cómo puede una costumbre evolucionar? A mi modo de ver,
los aspectos culturales no pueden hacerlo. Yo creo que una expresión cultural
se aliena, de desnaturaliza, se tergiversa o simplemente adopta aspectos
culturales de otras costumbres y va variando a través del tiempo, pero eso no
es evolución. ¿O sí? No me opongo al cambio, mientras este no desnaturalice la
verdadera esencia de las costumbres de los pueblos. Más allá de todo creo que
un carnaval seguirá siendo carnaval mientras las generaciones lo recuerden y
practiquen como tal. No me imagino una evolución tipo mono-hombre en ese
sentido. Te pregunto –solo por curiosidad–, ¿a qué evolucionaría la costumbre
del carnaval? El pumpín sigue siendo pumpín desde que tengo memoria, no creo
que haya evolucionado a un carnaval huancapino (de la ciudad), aunque muchos lo
difundan como si fueran lo mismo.
3.
Entonces,
¿cuál es esa esencia que consideras que se ha desnaturalizado?
Para mí, la vivencia de la gente, el
gozo y la expresión de ese sentir, sin ningún tipo de prejuicios o
impedimentos. Por su puesto todo dentro de las normativas de tradicionalidad y
reforzamiento de nuestra cultura a partir de la difusión de nuestras costumbres,
lo más cercana a su aspecto original.
4.
Ahora
vemos a varias comparsas darle un giro distinto a la forma tradicional de
celebrar los carnavales. Vemos cambios que puedan chocar con la mirada de un
sector más conservador. ¿Estas no formarían parte de lo tradicional?
Preferiría no opinar al respecto,
pues los carnavales de hoy en día aceptan de todo. Lo que sí podría decir es
que mientras mantengan las características de carnaval huamanguino o ayacuchano
y mientras no falten el respeto a nadie, está bien.
5.
¿No
crees que también ellos tienes derecho a formar parte del carnaval y gozar de
ella?
Todos tenemos derecho a hacerlo. Pero
no todos tenemos derecho a exigir que se nos considere representantes del carnaval
ayacuchano si no cumplimos con las características que éste exige.
6.
Entonces
volvemos al meollo del asunto: ¿qué es lo característico del carnaval
ayacuchano o huamaguino? ¿cuál es esa esencia de la que hablas?
Primero debemos entender que el carnaval
huamanguino es una parte del carnaval ayacuchano. Ahora, si deseamos conocer o
centrarnos en el carnaval huamanguino (urbano) debemos saber que éste tiene sus
propias características y una de ellas es la vivencialidad, es decir la forma
de expresar esa algarabía sin ninguna presión de por medio, sin apuro, sin afán
de gustarle a todo el mundo.
Otra característica es la
tradicionalidad, es decir, la forma de vestirse, ya que, por ello en los
tiempos de antaño, se podían reconocer a las comparsas paseantes: Uray Parroquia,
Qanay Parroquia, las comparsas de las panaderas, la de las carniceras, etc.
Por otra parte, debemos entender que
las melodías y canciones del carnaval huamanguino poseen también sus propias
características y al igual que el huayno ayacuchano, estas, poseen una carga
lírica y emocional muy fuerte. Son poéticas en su mayoría, protestantes,
pícaras, románticas y son claramente distinguibles por su mezcla característica
del español con el kechwa, esta parte les da un gusto especial a esas
melodías.
7.
Tu
discrepancia también está centrada en la comercialización o negociación del
carnaval. Explícanos eso.
Desde que tengo uso de razón siempre
he disfrutado de los carnavales y también los he vivenciado (como músico). En los
“años maravillosos” no se pagaba para bailar en una comparsa. No era más
importante el dinero que la unión familiar o vecinal. No era más importante
lucir trajes de diseñador o abarcar 10 cuadras con 500 participantes. ¡Caramba!
En los buenos tiempos la máxima aspiración era disfrutar de los carnavales y
hacer disfrutar de los mismos a los vecinos, amigos, familiares y la gente que
se aparecía en el trayecto. No me opongo a la magnificencia, pues, de alguna
manera, vuelcan la mirada del mundo a la espectacularidad de estas
celebraciones, pero, desde mi perspectiva, hemos dejado de lado lo vivencial
por lo espectacular y hemos cambiado lo tradicional por lo exportable.
8.
Ya
casi se han extinguido las comparsas familiares
Exacto. Una comparsa debería estar
conformada por abuelos, padres e hijos, sin distinción alguna. ¿Hoy se puede
apreciar ello? Lamentablemente lo que se vende es una cara bonita, un traje
bonito, una música bonita, etc. Aunque todo ello esté alejándose poco a poco de
lo que realmente deberían representar nuestras costumbres. Prácticamente
estamos vendiendo espectáculo antes que tradición. Desde mi mirada, la
tratativa de concurso ha presionado para que se vaya tergiversando la costumbre
año tras año hasta tratar de convertirla en algo que ya no quiere ser lo que
debería ser. Podría decir que uno va al parque a ver concurso de danzas antes
que concurso de costumbres de carnaval. No quiero ofender a nadie con mi
opinión.
9.
¿No
crees que el Carnaval puede ser un vehículo para movilizar la economía con la
visita de los turistas?
No hay duda de ello, aunque no tendríamos
por qué abusar con eso. Podríamos hacer un examen de conciencia. Podríamos,
primero no exagerar en el precio de los pasajes, la comida, la bebida, el hospedaje
y sobre todo, el acceso de las personas a estas fiestas que son patrimonio de
todos. Por ejemplo, ¿por qué tendríamos que cerrar el parque para cobrar por
ver los carnavales? ¿Acaso de esa manera se contribuye a la difusión responsable
de esta costumbre?
Por otra parte, ¿qué es lo que los “turistas”
quieren ver? ¿Y qué les mostramos? Los ayacuchanos renegamos de nuestras
costumbres y no la valoramos como tal. Otras personas –desde mi óptica– vienen
a ver la vivencia original de esas costumbres. Quizá por ello las comparsas
rurales tengan más acogida que las mismas comparsas urbanas.
10.
Ahora
que lo mencionas, hemos hablado del carnaval huamanguino, pero lo huamanguino
no se centra solo a lo urbano. ¿Dónde queda dentro de todo esto el carnaval
rural?
Desde mi punto de vista, el carnaval
rural juega un papel muy importante dentro del atractivo turístico de estas
fiestas en nuestra ciudad. Podría atreverme a decir que gracias a ellas,
Ayacucho está considerado como destino turístico dentro de estas celebraciones.
El aporte de estas costumbres rurales es innegable, aunque en estos tiempos
esté cayendo también en la vorágine de la espectacularidad y esté dejando de
lado su verdadera esencia cultural.
11.
¿Qué
propondrías para que el carnaval no se pervierta?
El respeto es quizá la principal arma
para llevar la fiesta en paz. Respetar nuestras costumbres y sus tradiciones,
respetar al público y a todas las personas que aprecian nuestras
manifestaciones culturales y respetar a los que difunden nuestras costumbres de
manera responsable.
No estoy a favor de las muestras de
libertinaje, más allá de lo que el termino carnaval signifique, debemos
entender que cada pueblo, ciudad, país o continente tiene su forma de adoptar
una costumbre extranjera, sin romper sus principios ético morales.
Vladimir
Pizarro Gonzáles
Docente de la especialidad de Español y
Literatura por la Universidad Nacional de San Cristóbal de Huamanga. Desde el
2007 dirige la Agrupación Cultural Achka. Con esta organización participó en el
Pukllay de Andahuaylas (2010); fue ganador en el Pukllay de Uripa (2014);
obtuvo el primer lugar en los concursos de danzas La Vara de Oro, de la Asociación Cultural Huayra Perú (2012 y 2013)
y Qori Wayna, del Centro Folclórico Wayna Tupay (2013). Con Proyecto Musical Parumaru, del cual también es
director, ha producido dos materiales discográficos: Kawsayninchik (2017) y Suyana
(2019). Tiene publicado el libro de cuentos Diario
póstumo (Cernícalo, 2009).