Por: Víctor Salazar
Hablar de arte poética puede que sea un asunto consabido
y por demás antiguo. Aproximaciones teóricas y/o retóricas de lo que debe ser
un poema existe ya en la época de los antiguos romanos, para ser más exactos durante
los años 20 a.C. Horacio, su mentor, a través de su Ars Poetica, se permitía explicar,
desde ya, la seriedad del trabajo creativo y advertía algunos consejos para una
mejor soltura en estos terrenos tan agrestes. Poetas de todos los tiempos, han
sabido dejar sus considerandos sobre su quehacer poético o sobre su relación
que mantienen con ella, dejando entrever lo que un poema es o puede llegar a ser
desde su perspectiva artística o social.
Ya
en pleno siglo XX, Vicente Huidobro, proclamaba al poeta como un pequeño Dios,
un ser capaz de crear mundos inimaginables, un ilusionista, acaso un reformador
cuya vigorosidad hallábase en la propia mente del poeta. En esa misma línea, Neruda,
veintisiete años después, en 1958, en su poema “El hombre invisible”, menguaba
esta idea señalando que el poeta no poseía ninguna superioridad, si es que
alguna tenía, indicando, en todo caso, que ésta residía en el saber contemplar
los derroteros del tiempo, para no caer en el hielo del mundo: En él decía:
Yo no soy superior / a mi
hermano” (…) Sólo yo no existo, yo soy el único / invisible.
En nuestro país, ha sido la voz de Martín Adán, quien
ha intentado una concepción y/o acercamiento a lo que llamamos con tanta
facilidad poesía. En su Escrito a ciegas
afirma que: La Poesía es,/ inagotable, incorregible,
ínsita./ Es el río infinito/ Todo de sangre, / Todo de meandro, todo de ruina y
arrastre de vivido...
En fin, mucho puede decirse sobre el
respecto, ya que diversas son las concepciones del trabajo poético, su
finalidad y su compromiso. En esta oportunidad es César Pineda Quilca quien,
conciente o inconscientemente, también se ha atrevido a dejar constancia de su
quehacer como poeta. En “El arribo de un éxtasis violento” (Toro de trapo
editores, 2011), ópera prima de Pineda, muchas son las afirmaciones que de ella
se derivan y aunque dispersas, creemos forman un corpus operandi, donde el yo
poético se viste de mocedad y bisoñez, para poetizar sus alegatos desde el
llano ante quienes se sienten dueños de la palabra, y que a manera de
ejercicio, le sirve a nuestro poeta, para también postular sus concepciones
literarias, las cuales hemos querido sintetizar en esta oportunidad
En un primer momento, Pineda se refiere a la
actividad poética, como una descarga eléctrica, para señalar los efectos que
ésta tiene en el yo cotidiano, acaso como una especie de revelación que nos
compromete a salir de nuestra caverna y asumir cierta responsabilidad para con
nuestra verdad recién llegada. En “Escribir el poema”, el poeta afirma:
Como
quien recibe/ Una fuerte descarga eléctrica./ Así es el poema./ Terrible
sacudón de un torbellino sin calma./ Manotazo de ahogado/ Después de un oleaje de
nervios.
Pasada la conmoción, Pineda, comprende que
este es solo el primer paso, el sacudón, como bien afirma, ya que luego queda
la responsabilidad, la toma de verdadera conciencia ante la hoja en blanco. Y
se pregunta intrigado quiénes serán aquellas personas que, entregadas a su
verdad, se comprometan a hacerla extensiva a través de este ingrato oficio de
la palabra, que aúlla sola en medio de un desierto de personas.
Quién de ustedes/ Podrá
lanzarse/ Al poema/ Para terminar/ Clavado debajo de la tierra. (Incógnita
2)
La pregunta es certera, si se tiene
en cuenta que la poesía es una entidad que está presente en la totalidad de las
cosas. Incluso en nosotros mismos, pero sabiendo ello, ¿quién debe asumirla?
Pineda, la asume, y en su soledad lanza botellas al mar, entregando ciertas
verdades, buscando complicidad, como lo demuestran los versos que siguen:
Todo poema/ No es más que
una sombra/ Que nos persigue a todas partes./
Una/ Puerta oculta./ A
veces/ Nuestra única salida. (Penumbra)
O en un ruego común, invoca a los hombres a lanzar su
palabra como aquel que despide una piedra y rompe una ventana en plena calle, causando
la conmoción del respetable,
para luego huir.
Escribe,/ Hermano,
escribe./ Si no lo haces pronto/ Nadie sabrá que has existido./ Hazlo / Pronto
y desaparece.
O
cuando señala la renovación del mundo a través de este inmenso diálogo que
puede llegar a ser la palabra.
Cuando exista/ Un lector
de poemas/ Se acabará el mundo y temblará de nuevo toda la tierra.
El poema como permanencia o
salvación, esas son las dos verdades a
las que ha arribado Pineda en esta estancia del poemario. Y he aquí, tal vez,
la tragedia o la gloria del poeta: encontrar los pasos que le permitan cruzar
esa puerta. Se sabe solo y para ello, estira
su mano como un mendigo, ante quienes puedan prodigarle nuevas verdades que
le permitan seguir creando:
Leo un poema/ Y estiro /
Mi mano / Como un mendigo. (S.O.S)
Aunque
el camino de la creación pueda parecer desolador, la voz del poeta sabe que la
verdadera alegría está en intentar la escarpada. Sin embargo, es imposible no
expresar los arrebatos ante su primera caída. En No hay más que decir, el poeta concluye:
Ya no pienso escribir./ Por
escribir uno se enferma./ Prefiero leer en este momento./
Y olvidarme de todo.
Es
cierto, que todo ha sido dicho. Los
grandes temas del mundo han sido explotados con maestría por muchos poetas
antes que nosotros. Entonces, qué nos queda. ¿Seguir hurgando en nuestra
realidad más cercana? ¿Seguir asumiendo que el poema sea la suma de nuestras
partes? Rilke, invitaba a recurrir los motivos que cada día
nos ofrece nuestra propia vida. Describir nuestras tristezas y nuestros anhelos, nuestra fe en
algo bello; dicho todo con íntima, callada y humilde sinceridad. Pues, para un
espíritu creador, no podía existir la pobreza.
En ese sentido, nuestro poeta
asume su primera caída como una estancia de aprendizaje y madurez, una de
muchas otras que seguirán sucediéndose en el camino. Mientras tanto, el poeta
de nuestra historia sueña y declara con resuelta ironía a los cuatro vientos lo
que espera de los días: Ser el dios de sus propios poemas.
A VECES/ Me
computo/ Dios de este poema.
Pineda,
es cauto en cuanto a su palabra. Sabe que el camino elegido es arduo. Pero,
recogiendo las pistas dispersas en “El arribo de un éxtasis violento”, podemos
deducir que su arte poética señala que la poesía es: asombro, arrojo,
salvación, diálogo perpetuo, unión, renovación, humildad, decepción y gloria.
Este es el derrotero mostrado por el poeta. Una imposibilidad de configurarse victorioso, como diría Paolo Astorga
en el colofón del libro. O
más aún: una puerta oculta que invita a ser violentada por la palabra.
Lircay, mayo de 2012
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